Valdemoro Réquiem...

Bienvenidas sean, gentes de Valdemoro y de más allá de este bendito foro. Soy Baldomero Descartes. Nací en Valdemoro hace ochenta años y unos cuantos meses. Caí en medio de la Plaza de la Villa, la que hoy es de la Constitución. Quiso Dios que mi querida madre diera a luz allí mismo, hiciera anécdota y me trajera a este mundo lleno de tinieblas...

martes, diciembre 19, 2006

El Espartal Cercado

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El Espartal Cercado

A Ecologistas en Acción.
Gracias a su tenacidad, buen trabajo y “pensar en verde” nos sigue quedando naturaleza, además de esperanza para ampliarla y disfrutarla.

El Espartal lleva el nombre de la planta del esparto por ser ésta la mata gramínea dominante sobre sus pardas y amarillentas tierras. Su paisaje es hermoso y estepario, como bien dicen los ecologistas, uno de los parajes más olvidados de nuestra Comunidad, compuesto por cuestas yesíferas y retamares abiertos que albergan un gran número de especies adaptadas a esas duras condiciones de vida natural.
Esta peculiar zona de Valdemoro está situada al este de su término municipal y tiene una superficie de 1.380 hectáreas. Tiene forma triangular, limita al norte con el sendero que lleva a San Martín de la Vega, al sur y oeste con el camino de la Cañada que va hacia Titulcia y al este con el término municipal de Ciempozuelos.
Alberga mucha historia entre sus ricas flora y fauna. Bajo sus tierras se encontraron restos arqueológicos de gran valor: del Calcolítico – Edad del Cobre que comenzó hacia 4000 años antes de Cristo –, de la Edad del Bronce y la Edad del Hierro, con utensilios diversos, cerámicas hechas a mano, restos de poblados y sepulturas, como el de una villa romana llamada Vicus que subsistió hasta época visigoda.
Allí tuvo posesiones Joseph Aguado, uno de los hombres con más recursos en la vida de la Valdemoro del siglo XVIII, pues fue fundador de la Real Fábrica de Paños Finos de la localidad, una de las primeras que se puso en marcha a principios de esa centuria. Aguado pertenecía a uno de los linajes más antiguos de la Villa. Durante varias generaciones, su familia se hizo cargo del poder político, económico y eclesiástico de nuestro municipio. Hasta el punto de ser designados hijos de algo o hidalgos.
Desde tiempos muy antiguos, las tierras de El Espartal han sido apreciadas para el pastoreo de ganados. Quedan ruinas de la casa del guarda, corrales en los que se recogían las ovejas y la casa de los pastores. Así como un grupo de cuevas en las que éstos se cobijaban. De este aprecio da cuenta el Catastro de Ensenada, marqués español y artífice de grandes reformas administrativas para Felipe V y Fernando VI, de mediados del citado siglo XVIII.
En la Guerra de Independencia española (1808-1814), también llamada Guerra del Francés en otros lugares, las tropas napoleónicas ocuparon, violaron y destruyeron iglesias, abadías, hogares y vidas valdemoreñas. Entre las retamas y ondulaciones de El Espartal se desarrollaron actividades de supervivencia y de guerrilla. El párroco de aquellos días, Manuel Antonio Lozano, plasmó algunas de estas tragedias en pequeños y significativos párrafos. Frases que yacen en nuestro Archivo Parroquial y que, entre líneas, guardan calladas revelaciones.
En el valle de la Cárcava, que da a la parte suroeste, se cultivaban cereales. Según el Catastro de Rústica de 1909, por esas fechas era dueño de la finca Manuel Carvajal y Hurtado de Mendoza. Noble que, dicen, tal vez se adjudicara también la propiedad de una porción de la Dehesa Boyal, el actual parque Bolitas del Airón, a la que entonces pertenecía también buena parte de El Espartal.
Durante la Guerra Civil española de 1936, estas tierras fueron sembradas de nuevo de restos balísticos, trincheras, escaramuzas entre hermanos y cadáveres sin fosa ni compasión para enterrarlos. Combates, avances y repliegues se sucedieron en la zona por parte de personas que empuñaban más odio y tosquedad que armamento bélico. Actividades que también se sucedieron en el no lejano Cerro de la Mira, cuyos vestigios también pueden adivinarse hoy día.
Llegado el año 1944, en plena posguerra con miseria y cartilla de racionamiento, la finca fue adquirida por Blas Sicilia Lavilla. Una vez fallecido, sus herederos la alquilaron a algunos ganaderos de la localidad.
En un artículo sobre El Espartar de un boletín informativo mensual del Ayuntamiento del año 2001, último de una serie sobre Los Parajes de Valdemoro, una pluma municipal escribía que nunca se llegó a utilizar su esparto con fines industriales: para hacer sogas, esteras, tripe, zapatillas, pasta para fabricar papel y otros necesarios menesteres de antaño.
Sin embargo, es sabido que en el centro de nuestra Villa existe una plaza llamada del Esparto, muy cercana a la de la Constitución. En ella hubo hace tiempo una fábrica de esta natural materia prima. También existieron artesanos en la antigua Valdemoro que, con buenas manos, hicieron algunas de aquellas cosas con este resistente material. En las fotos del libro “Memoria de Valdemoro II” (1994), por ejemplo, pueden verse numerosos paisanos haciendo uso de resistentes, cotidianas y cómodas alpargatas de esparto hechas en nuestra Villa gracias a El Espartal.
En 1974, poco antes de la última transición democrática, una decisión municipal estuvo a punto de cambiar de forma drástica el paisaje de El Espartal y el futuro de Valdemoro. El 2 de agosto y el 24 de septiembre de ese año hubo dos Plenos en el Ayuntamiento, donde se aprobaron sietes licencias de obra mayor a nombre de la inmobiliaria Los Helechos, para la construcción de 14.185 viviendas sociales y dos zonas industriales de 150 hectáreas cada una. Un área de servicios especiales, una zona de reserva urbana para instituciones públicas y privadas, un área comercial y un centro cívico completaban el proyecto urbanístico diseñado.
En este propósito participaron, junto a la ya citada constructora, otras siete inmobiliarias: El Ventoso, el Pico, Arroyo Molinos, Valdearenas, La Vereda, El Abijón y Los Labajos. De cada solicitud de estas licencias de obras existe copia en el Archivo Municipal. Sólo la constructora Los Helechos tenía previsto construir 2.220 viviendas, repartidas en 83 bloques de cinco alturas y 15 torres de diez plantas, sobre una superficie de 52,21 hectáreas y con una población estimada de 8.880 habitantes. Y existían siete proyectos más de rasgos similares a éste.
Según la información del boletín aludido, haciendo uso de técnicas de mercado engañosas, se incluyó en la información urbanística de El Espartal un futuro aeropuerto al noroeste de Valdemoro, en un punto equidistante con Pinto. El aeropuerto se utilizó como estratagema publicitaria y la intención no pasó de proyecto. Nadie sabe qué ocurrió para que ocho empresas constructoras se quedaran descompuestas y sin novio en la Valdemoro de aquellos días, añadía la gaceta.
La revista argumentaba que quizá tuviera que ver con ello una Orden Ministerial del 10 de enero de 1977, que aprobó la modificación de las Normas Subsidiarias de nuestro término, incluyendo El Espartal como suelo de reserva metropolitana. Poniendo esto fin al conflicto derivado de la inexistencia de un Plan General de Ordenación Urbana en Valdemoro, por cuyo vacío se concedieron, en principio, las licencias urbanísticas.
El día 16 de mayo de 1975 las licencias de obra caducaron y con ellas desapareció, de momento, el espejismo de convertir a Valdemoro en una ciudad desmedida. En esta situación, las ocho inmobiliarias decidieron deshacerse de sus tajadas de El Espartal. Tiempo después terminó apropiándose de todo este pastel la sociedad financiera Banesto.
El Espartal fue declarado Bien de Interés Cultural, con la categoría de Zona Arqueológica, por la Dirección General de Patrimonio Cultural de la Consejería de Educación y Cultura de la Comunidad de Madrid, según el Decreto 20/1995, de 2 de marzo, por encontrarse en su interior un yacimiento del estudiado y catalogado vaso campaniforme de Ciempozuelos.
Desde el 29 de marzo de 2001 y mediante escritura pública, los cercados confines de El Espartal están en manos de ARPEGIO, la empresa pública de la Comunidad de Madrid. Empresa pública que, según su actual Consejero, el valdemoreño Francisco Granados, “tiene como función crear zonas generadoras de riqueza, bienestar y desarrollo”.
Hasta hace diez años, poco más o menos, las reses recorrían a sus anchas esta extensa zona de Valdemoro, rodeada de una siniestra alambrada y tan llena de tranquilidad como de incertidumbre. La finca está surcada por varias sendas, algunas de las cuales ya existían en los primeros años veinte del siglo pasado. Cuatro de estos antiguos caminos la atraviesan: el del Molino, el de la Cárcava, el de Valdefuentes y el del Soto.
En los años setenta se sumaron a estos senderos los realizados por los primeros trabajos de las máquinas constructoras. Pueden verse aún los restos del aquel inicio urbanístico: fosos, pilares de hormigón armado con hierros salientes y ladrillos. Esqueletos de una especulación realizada hace poco más de treinta años. Restos que yacen junto a excavaciones arqueológicas. Trabajos culturales que, con mucha probabilidad, llevaron al traste aquellas construcciones proyectadas e hicieron que fuera declarada zona de interés cultural. Hasta la fecha y por lo difundido, un interés anclado en la teoría del papel oficial.
Pese a la valla de alambres que cerca El Espartal, su apreciable interior lo usan en la actualidad deportistas diversos, tanto asociados como particulares, motos de todo terreno, cazadores de caza menor y furtiva, algunos curiosos y el vehículo amarillo de la empresa de seguridad que custodia la parte que pretenden urbanizar.
Quienes utilizaron en su momento la especulación de otros para desprestigiarlos y exaltar la barbaridad urbanística, hoy la promueven sin dudar. Pretendiendo llenar El Espartal, al menos, de semejante cantidad de negocios. A todas luces tan sórdidos, irresponsables y usureros como los precedentes.
Como declararon no hace mucho Ecologistas en Acción en un excelente informe, a través de su esforzado y entendido representante en Valdemoro, los cantiles y cuestas yesíferas que dan forma a la finca de El Espartal forman uno de los paisajes más apreciables de nuestro Municipio. Esto se debe a sus condiciones terrestres, a su gran variedad de especies botánicas y de aves esteparias, así como a su buen estado de conservación y elevado interés científico.
Esto ha servido para que parte de la finca, 746 hectáreas en concreto, forme parte del Parque Regional del Sureste y pertenezca a la Zona de Especial Protección para las Aves de cortados y cantiles de los ríos Manzanares y Jarama. Asimismo, El Espartal está recogido en el anexo primero de la Directiva Hábitat por albergar un tipo de entorno natural de interés comunitario. Identificado por la Comunidad de Madrid como uno de los siete Lugares de Interés Comunitario de vegas, cuestas y páramos del sureste. E incluido en la Red Natura 2000 como terreno de las Zonas Especiales de Conservación.
Hasta estos momentos, se han identificado en El Espartal más de 140 clases de plantas, tres especies de anfibios, siete de reptiles, 127 de aves – 67 de ellas con reproducción segura, 21 invernantes, 27 de paso y el resto con presencia habitual todo el año, o parte de él, pero sin reproducirse o haciéndolo en el entorno próximo – y 12 especies de mamíferos.
El 15,7% de las especies de aves están incluidas en el Catálogo Regional de Especies Amenazadas de la Comunidad de Madrid, según Decreto 18/1992, de 26 de marzo, y el 9,4% se encuentran amenazadas según el Libro Rojo de las Aves de España, publicado en el año 2004 y que es el instrumento de evaluación del estado de conservación de la avifauna española.
Entre éstas aves destacan el Sisón Común, considerado sensible a la alteración de su hábitat, durante el año 2005 contaba con ocho machos reproductores en retamares con pastizales secos; el Alcaraván Común, con seis parejas; el Críalo, con ocho parejas; la Totovía, con tres machos reproductores; la Tarabilla Norteña, con una densidad de 0,7 aves por cada 10 hectáreas en el paso postnupcial; la Collalba Gris, con 0,3 aves por cada 10 hectáreas en el paso postnupcial; la Collalba Rubia, con una pareja reproductora; las currucas Tomillera y Carrasqueña, con dos y cuatro parejas respectivamente, y el Alcaudón Real, con cinco parejas.
El Sapillo Moteado, un anfibio presente en estos secarrales, está catalogado también como vulnerable. Entre los mamíferos destaca el Zorro Rojo, con una población aproximada de 0,03 individuos por cada 10 hectáreas, la más importante hallada al sur de la región; y la del Turón, pequeño carnívoro esquivo y difícil de observar por sus hábitos nocturnos.
Pese a su indudable importancia ecológica, tras la creación del Parque Regional del Sureste en junio de 1994, quedaron excluidas de su protección 572 hectáreas de la finca gracias a la especulación urbanística. Con su particular proyecto, el Gobierno actual pretende que toda esa superficie sea arrasada para construir un mínimo de 6.100 viviendas, la más grande ciudad deportiva del sur de Madrid, nuevas infraestructuras de comunicación terrestre y una amplia zona reservada para establecer un campo de golf de 18 hoyos.
El interés depositado en estos agujeros golfistas se entiende mejor cuando se conoce que este ocioso campo eleva el precio de las viviendas adyacentes. Construcciones que, de realizarse, contarían con unos beneficios y unas plusvalías muy apetecibles y de las que Valdemoro no vería ni un céntimo.
La cosa luce todavía con más claridad cuando se añade que ARPEGIO, a través de sus cabecillas, compró cada metro cuadrado de la finca El Espartal a poco más de 1 euro (182 pesetas). Y que los beneficios de la operación que pretenden llevar a cabo son un gran puñado de millones de gruesos euros. De aquí el comentario de nuestro consejero de Presidencia sobre la ocupación de esta institución: “Crear zonas generadoras de riqueza, bienestar y desarrollo”. El quid de la cuestión es para quiénes.
En diversas ocasiones públicas y con total desfachatez, nuestros máximos responsables políticos han asegurado que el grupo Ecologistas en Acción estaba de acuerdo con este descabellado proyecto urbanístico. Una de ellas fue un Pleno Ordinario por boca del actual alcalde-presidente de la Villa. Sin embargo, este colectivo siempre ha estado en contra de la urbanización de El Espartal por los valores enumerados y ha defendido su inclusión completa en el Parque Regional del Sureste.
Según los coherentes informes de esta agrupación ecologista, crear un nuevo núcleo urbano de esas características, tan disgregado y desproporcionado, no tiene sentido cabal, se mire como se mire. Y más incluyendo dotaciones tan innecesarias y despilfarradoras como el amplio campo de golf.
De igual forma, las construcciones de enlace terrestre que incorpora el plan de ARPEGIO, sobre todo las carreteras, aumentarían la utilización de transporte privado. Y, por ello, la contaminación medioambiental, tanto acústica como del aire, de este tesoro valdemoreño lleno de naturaleza y bonanza.
Carreteras y autopistas son parte de los imperantes mecanismos recalificadores de terrenos, también llamados “pelotazos”. Excusas perfectas para, de rebote, construir en sus cunetas toda clase de polígonos y construcciones. Ladrillos añadidos y también repletos de golosos dividendos, apetecidos por gran número de insaciables usureros trajeados.
Entre todo este tinglado, pasma ver cómo funciona nuestra actual Concejalía de Servicios de la Ciudad y Medio Ambiente, a expensas de la de Urbanismo y Obras. Supeditada durante años a multitud de caprichos especuladores, permanece sumisa y callada. Se ocupa mucho de rellenar con letreros, arbolitos, matojos, florecillas o céspedes artificiosos los huecos dejados por las edificaciones; y muy poco de estudiar, proteger y ampliar nuestra enriquecedora fortuna medioambiental.
La fuente de la Piña, la calle de las Vacas, la ermita de Santiago, el paseo del Prado, la dehesa Boyal, la plaza del Esparto… Como sucede con otros muchos municipios españoles, los nombres de las calles y los topónimos de nuestra Valdemoro dejan entrever su historia, sus costumbres y sus riquezas patrimoniales. Muchos de estos títulos son lo único que queda ya de esos tesoros. Son el nostálgico recuerdo de nuestra pasada comunión con el entorno.